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Santeria

Ultimo Aggiornamento: 17/12/2013 11:17
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03/11/2013 10:11
 
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Babalu Aye





Orisha mayor y santo muy venerado. Deidad de la viruela y la lepra, de las enfermedades venéreas y de las afecciones de la piel. Se le considera hijo de Naná Burukú, aunque algunos estiman que nació directamente de Obbatalá. Babalú Ayé es un título que significa Padre del Mundo. A este santo le gusta trabajar con muertos. El Orisha nos se asienta, se recibe. Su color es el morado obispo y su día el viernes, para otros es el miércoles. Su número es el 17 y habla en 4, 11 y 13. También se conoce por Agróniga Omobitasa, Aguojonú, Asoyí (el obispo), Atimaya, Asojano, Abeolomi, Chopono, Ayanise, Nikeu Babalú Borilá, Babalú Aguaditasa, y Afimayé. Su receptáculo es una cazuela plana (muy similar a la freidera de Elegguá), pero más grande, tapada con otra a la inversa sin sellar. La parte superior tiene un orificio al que se le insertan plumas de gallina de guinea. También puede ser una güira alargada y cortada a lo largo. Sus atributos son un Ajá, es decir, un manojo de varetas de palma de corojo o de coco que en su extremo inferior están atadas con tela de saco (yute). Se le añaden cauries y cuentas para adornarlo. Sus collares son de cuentas blancas rayadas en azul. Se le viste con tela de yute o de cuadritos abigarrados (tela escocesa), y se adorna con muchos cauris. Se sube y aparece siempre como enfermo, torcido y con las manos agarrotadas. Cojea y se muestra tan débil que se cae. Su hablar es gangoso. En ocasiones hace gestos como para espantar insectos. También agita el Ajá en el aire, un rito de limpieza, barriendo todo lo malo. Sincretiza con San Lázaro (Acompañado de sus fieles perros, nombrados Maravilla y Siempre Viva, llagado y encorvado, camina penosamente sonando unas tablillas que anuncian su presencia, para que la gente huya y pueda librarse de su contagio) y se celebra los días 17 de diciembre.

Babalú-Ayé castiga mediante la gangrena, la lepra y la viruela. Le pertenecen todos los granos, y las mujeres a quienes aconseja en asuntos amorosos.


Babalú-Ayé es portador de magia y dominio espiritual, de fuerzas ocultas a las que obedecen ciegamente. Es además muertero, sabio como Orula y justo como Obbatalá. No es solamente el dueño del carretón que conduce los cadáveres al cementerio, sino que ya en sus recintos, es quien realmente recibe a todos los muertos.

Él significa mucho dentro de los orishas, es uno de los mayores, es un santo de fundamento y dentro del orden ritual, ocupa uno de los primeros lugares. En cuanto a la cultura cubana, San Lázaro simboliza el pan de los pobres, la esperanza de los humildes y la sanación de los enfermos.



Patakí de Babalú Ayé


Era Babalú Ayé un hombre justo, sencillo, bondadoso y humilde, aunque poderoso, conocido no sólo por su fortuna, sino por su capacidad para enfrentar la adversidad sin lamentaciones inútiles, por su buena disposición para no dejarse abatir por los contratiempos. Aunque joven aún, era respetado y escuchado en su tierra. Incluso Olofi confiaba en su sensatez y ecuanimidad.
A tal punto, que cuando el envidioso Echu le argumentó que no había ni siquiera un hombre justo en la tierra, Olofi, de inmediato, mencionó a Babalú Ayé como ejemplo, y, para dar mayor peso a sus palabras, retó a Echu a que lo tentara y le hiciera perder su fortuna, para ver si culpaba a alguien por ello. Ni corto ni perezoso, Echu así lo hizo y Babalú Ayé perdió hasta la camisa, pero no maldijo ni renegó.
Echu, indignado, se quejó ante Olofi de que Babalú Ayé conservaba su compostura, porque, a pesar de que no tenía fortuna, tenía salud, y todo hombre sano se siente en condiciones de rehacer su vida. Olofi, confiando siempre en Babalú Ayé, instó a Echu a quitarle también la salud. Y allá fue Echu, a cubrir a su víctima de la más asquerosa lepra, la cual lo convirtió en un apestado entre sus propias gentes. Pero ni así logró oir los ayes o las maldiciones de Babalú Ayé.
Volvio Echu, pues, ante Olofi, quien, molesto por tanta insistente saña, lo increpó diciéndole que no sólo no le daría ni una oportunidad más de perjudicar a un hombre cuya integridad estaba más que probada y a quien lo único que restaba por hacer era privarlo de la vida, sino que su decisión irrevocable era devolverle a Babalú Ayé fortuna y salud como bienes merecidos.
Y he aqui que Babalú Ayé, más poderoso y fuerte que antes, echó a andar por los caminos de su tierra en busca de una mujer con quien establecer una familia y asegurarse descendencia. Pero quiso su mala suerte que se prendara de la hermana del rey de una tierra vecina, a la cual contagió con sus llagas, por no haber esperado el tiempo necesario para su total curación.
Enterado el soberano, desterró a Babalú Ayé, quien se vio de nuevo en el camino, rotos sus sueños de descendencia y triste porque se le condenaba a vagar sin destino fijo.
Cruzó la frontera y fue a parar muy lejos de su tierra, a un hermoso lugar por donde cruzaba un río y crecían enormes y frondosos árboles. Allí se radicó y fue feliz durante algunos años, sin abandonar la esperanza de tener familia.
Y la ocasión llegó con una hermosa mujer de sedosa y brillante piel morena quien, procedente de otras tierras, había arribado allí por azares del destino. Con amor y tenacidad, ella ayudó a Babalú Ayé a formar su familia, a recuperar su prosperidad y a colaborar con la mayor prosperidad de su pueblo adoptivo: su familia mayor.



PATAKÍ DE SAN LÁZARO



En tiempos remotos una terrible epidemia de lepra azotó la tierra dahomeyana. Como hasta ellos había llegado la noticia de un milagroso rey lucumí le enviaron emisarios pidiéndole ayuda urgente, pero éstos nunca regresaron.

Una mañana, ya próximos a sucumbir, los pocos sobrevivientes se encontraban cerca de un pantano cuando apareció un jinete envuelto en una túnica de múltiples colores, cabalgando sobre un magnífico corcel blanco. Al descender de la cabalgadura fue a abrazar a todos los enfermos, hasta que él mismo quedó contagiado. Pero, de inmediato, abrió su bolso y extrajo una escobilla hecha de ramas de coco y un mazo de hierbas. Se las frotó por todo el cuerpo y quedó curado. Luego hizo lo mismo con todos los presentes. Concluido el saneamiento les dijo:

-“Yo soy Babalú-Ayé, señor de la tierra y las enfermedades, el que crea en Dios, por su fe será curado”.

Recibió tantas muestras de gratitud de parte de los dahomeyanos que optó por quedar reinando en esa tierra donde es altamente venerado.


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