Por Carlos Cabrera Pérez
Raúl Castro acaba de iniciar año nuevo con su acostumbrada racionalidad en temas socioeconómicos, pero dejando entrever sus miedos ante un más que probable escenario de transición política a corto plazo. Un temor que aprovechó para mandar un claro mensaje a los dirigentes más jóvenes: el único heredero de Fidel Castro es el Partido Comunista.
La racionalidad y honestidad económica de Raúl Castro contrastó con su temor a probables escenarios futuros y para muestra, un párrafo muy revelador de su discurso, un tanto raro porque desaprovechó la buena noticia de la baja mortalidad infantil, por ejemplo.
Veamos la prédica raulista del pasado 1ro de enero en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba: “Las nuevas generaciones de dirigentes, que paulatina y ordenadamente van asumiendo las principales responsabilidades en la dirección de la nación, nunca podrán olvidar que esta es la Revolución Socialista de los humildes, por los humildes y para los humildes (Aplausos y exclamaciones), premisa imprescindible y antídoto efectivo para no caer bajo el influjo de los cantos de sirena del enemigo, que no renunciará al objetivo de distanciarlas de nuestro pueblo, en el propósito de socavar su unidad con el Partido Comunista, único heredero legítimo del legado y la autoridad del Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, el compañero Fidel Castro Ruz”.
El párrafo tiene miga porque reconoce que, mientras Fidel Castro mandó, el partido era una estructura decorativa. Pero también revela el deseo raulista de que sea el partido quien lidere la transición, como antídoto frente a personalismos y las lógicas pugnas entre corrientes internas del tardocastrismo.
Habría que preguntarse qué partido y con qué mimbres se articulará el decreto raulista que establece a la organización política como única heredera del Comandante en Jefe. A lo mejor, los comunistas cubanos del siglo XXI no desean esa pesada carga.
Curiosamente, Raúl recordó a los Díaz-Canel y a los Murillo Jorge la letanía de que la revolución es la de los humildes. Algo ya simbólico, pues el castrismo convirtió en pobres a la inmensa mayoría de los cubanos, y lo que quería realmente el actual gobernante transmitirles era el peligro que corren por los cantos de sirenas del enemigo.
Un escenario patético
Medio siglo y un lustro después, la ideología predominante es tan débil que aún existe riesgo de caer en trampas del adversario. Patético si no fuera porque el verdadero sentido de la frase es la constatación raulista de que la incertidumbre en Venezuela y las medidas de “actualización del modelo” llevan a un escenario indeseable para su poder, aunque favorable para la superación del castrismo.
Socialismo nunca hubo; y si alguien duda que compruebe cómo la casta militar, instaurada en 1959, realizó una eficaz destrucción del poderoso movimiento obrero cubano, convirtiendo a los sindicatos en meros altoparlantes y sustituyendo a líderes históricos por burócratas fieles.
Por tanto, no deja de sorprender las aprehensiones de Raúl Castro en el arranque del 2014. Las reformas migratorias y mercantiles no han supuesto un peligro para el status quo y los propios disidentes, que han aprovechado sus viajes para entrar en contacto con políticos de otros países y diferentes corrientes, saben que su influencia sigue siendo escasa en el interior de Cuba.
¿Sobraban prevenciones y avisos para navegantes, o se trata de que el tardocastrismo está viviendo una lógica polémica interna entre conservadores y renovadores? Hace años que una parte del castrismo (y esto no va por edades) defiende la conveniencia de pactar con todos los cubanos una salida a la crisis estructural que padece Cuba; y otra parte, en la cual hay varios jóvenes, cree que lo mejor es que al enemigo ni agua.
Complicado papel el de Raúl Castro en equilibrar ambas corrientes, con meandros diversos en toda la estructura totalitaria y en medio de una ruina económica que no consigue producir más papas ni más frijoles, ni atraer a más turistas.
La soledad del General
Al final, parece que el General Presidente se va quedando solo y con escasos y dudosos aliados, como todo esos que han amasado verdaderas fortunas con el hambre de los cubanos y aprovechándose de que el 100% de su negocio era propiedad de todo el pueblo, es decir, estatal; aunque ahora tengan pesadillas con la contralora Gladys Bejerano.
Con mejor economía, el margen de maniobra sería mayor para contentar a unos y a otros, pero la terca realidad empiedra el camino del General-Presidente que -ahora mismo y a juzgar por sus palabras reciente- se siente entre dos retos.
La desaparición del castrismo en aquel abismo que anunció o salvar los muebles hasta el 2018, y los que vengan atrás que arreen. El daño del castrismo a la estructura productiva cubana ha sido de tal calado, que ni los mejores estrategas del mundo -pagados por la CIA- habrían igualado los resultados de dependencia económica y pobreza cosechados en 55 años.
De hecho, si mañana el propio Raúl Castro renunciara y un gobierno democrático emergiera de las urnas, la gente de a pie tardaría años en beneficiarse económicamente del cambio político. Porque no se trata de corregir errores, sino de construir un país nuevo de arriba abajo, empezando por construir las libertades política y civil, un sistema judicial democrático y el respeto a los seres humanos.
Ni siquiera los disciplinados militares han conseguido hacer más eficiente a la economía y es lógico que, también entre ellos, crezca la inquietud de cara al futuro, porque ya muchos saben que no hay solución a medias, pero también saben que una solución como la que demanda la nación los puede dejar a ellos fuera de su papel de represores aspirantes a millonarios en moneda dura.
Un vaso de leche
La edad no perdona y esos generales de 55 años saben que han dado su vida porque creían que sus hijos tocarían el cielo. Pero ahora mismo ni siquiera se vislumbra el cielo y cada vez queda menos tiempo, no ya para ser millonarios, sino para garantizarse una pensión con poder adquisitivo real. Si los cubanos vivieran con decoro material y espiritual, con un buen sistema sanitario y educativo -como el que disfrutaron mientras Moscú lo pagó- y algunas otras ventajas materiales, Raúl Castro no tendría que andar recordando y advirtiendo.
Aunque no se diga claramente, Cuba tiene un claro consenso de que la solución no pasa ahora por que los mambises puedan entrar y salir de Santiago de Cuba, sino en que -empezado por los “mambises”- las personas abran la pila y salga agua, den al interruptor y se encienda la luz, abran el refrigerador y tengan alimentos, y enciendan la hornilla y el fogón caliente.
En esos ámbitos domésticos tan sencillos, el enemigo tiene escasa o nula influencia y Raúl Castro lo sabe. Aunque tampoco pasaría nada si, después de 55 años de experimento fallido, se construyera un consenso en torno a otra opción. Incluso si la mayoría de la población eligiera el capitalismo.
Quizá todo esto obedezca al viejo adagio de que los hijos se parecen más a su tiempo, que a sus padres. Y aquí la ecuación se complica, porque los padres siguen vivos, y las transiciones con protagonistas vivos son casi tan complicadas como que cualquier cubano pueda tomarse cada mañana un vaso de leche.
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