Santiago de Cuba, 18 ene.- Un ambiente frío como de muerte, oscuridad que atemoriza. Las escaleras crujen, y al final del pasillo: un hueco – conduce al infierno me dije- . No queda más que obedecer a mis padres, hay que seguirlos bien de cerca vaya a ser que en este viaje al pasado no aparezca yo como pasajero.
Fue esta la sensación que tuve la primera vez que entré en el Museo de Ambiente Histórico Cubano. Tenía siete años como máximo, para mí todo lo que dijera la guía del museo me sonaba a pura conspiración, parecía poseída por la casa. Y esto es cierto –descubrí 14 años después-, todo el que entre en el lugar queda atónito. Lo que antes olía a viejo y descuidado, ahora se me presenta como ejemplo de conservación e historia
Con arquitectura morisca, la popularmente conocida como Casa de Diego Velázquez, la construcción más antigua de Cuba, exhibe mobiliario y elementos decorativos que datan de entre los siglos XVI y XIX.
En su interior resuenan los lamentos de esclavos, se puede participar en las tertulias, ver los revolucionarios clandestinos correr por las calles, escuchar, el primero de enero de 1959, al Comandante Fidel Castro hablar a su pueblo desde el balcón del antiguo ayuntamiento de Santiago de Cuba.
Edificio que vio crecer el corazón de la séptima villa fundada por los españoles en Cuba, inmuebles con valores patrimoniales ubicados alrededor del Parque Céspedes, ahora se revela inextinguible. Muestra sus paredes cual marinero sus tatuajes y en cada una de sus cicatrices una historia que contar. Su paso al caminar no parece ser el mismo que el de sus similares: no se turba ni cree en potencias ciclónicas, incendios, terremotos como aquel de 1939, temblores diarios, todos lo ven recibir sus embates, pero nadie caer.
Así de inerte continúa la antigua Casa de Diego Velázquez. El lugar que ganó en mi infancia el calificativo de casa infernal es el lugar que hoy dibuja con tinta indeleble su espacio en la urbe santiaguera.