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Los problemas de la oposición

Ultimo Aggiornamento: 06/04/2014 14:52
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06/04/2014 14:52
 
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No se deben tanto a la represión policial como a nuestras debilidades culturales. La base de la democracia está en el ciudadano. Sin respetar la pluralidad de opciones no habrá cambio democrático

LA HABANA, Cuba. –Nuestra cultura y mentalidad se han negado por siglos al auto examen y a la mirada interior. El resultado ha sido devastador para la construcción de un proyecto de nación sólido y perdurable. Los demócratas cubanos hemos heredado esa condición cultural que parece insuperable.

Si Cuba ha sido tomada en serio por sus mitos, nunca ha podido ser tomada en serio por sus políticos. A diferencia de otras esferas, la política jamás ha sido entre nosotros un campo de alta realización humana. Cuatro déficits pueden explicar esto: déficit ético, déficit del sentido de lo político, déficit institucional y déficit psicológico; este último, fundamental porque tiene que ver con la maduración psíquica.

Frente a las herencias culturales caben al menos dos actitudes: ocultar nuestras precariedades políticas, bajo la coartada de nuestra supuesta misión histórica; o develarlas, asumiendo con valentía nuestros defectos.

Creo conveniente la segunda de las actitudes. No somos responsables de nuestras herencias. Pero sí somos responsables por las posiciones que adoptemos frente a ellas. Porque resulta cada vez más claro que el escrutinio de nuestros modales y actitudes está tecnológicamente garantizado. No nos podemos esconder. Un dato excelente para la ecología política.

En tanto oposición, no hemos estado a la altura de los desafíos ni de las expectativas creadas. Nuestro problema no radica en la falta de éxito, sino en la ausencia de examen, al hábito de transferir la culpa por nuestros fracasos, a nuestra incapacidad para revisar nuestras actuaciónes y conceptos políticos. De ahí la fácil personalización de los conflictos y la pérdida de perspectiva del momento histórico. Dos de los acentos agudos del castrismo.

La decencia pública

El cambio que se verifica en Cuba, en medio de una crisis sin precedentes históricos, no desembocará necesariamente en la democratización política de la sociedad. La condición necesaria para ello está amenazada, entre otras cosas, por nosotros mismos. Contrario a lo que afirman algunos críticos, la razón fundamental de este desfase no tiene que ver con la capacidad intelectual, sino con nuestra incapacidad para abrirnos a una nueva decencia pública.

No es cierto que para lograr el cambio democrático haya que poseer conocimientos previos. El culto al saber es garantía para la aristocracia intelectual y, en condiciones propicias, para el desarrollo técnico y económico; no lo es para la democracia. La intolerancia, el irrespeto, la facilidad para sucumbir a las historias de enredo y la incultura cívica son las que minan las fortalezas creadas para resistir los usos y abusos despiadados del poder, y las posibilidades para construir los espacios de sentido común que hacen a la democracia. Carencias que abundan en una sociedad altamente instruida como la cubana.

Y nuestra peripecia histórica como oposición ha alimentado una percepción que estimo falsa. Nuestras precariedades no se deben tanto al uso eficaz de las técnicas de penetración policial como a la hábil explotación de nuestras debilidades culturales. Donde no han podido triunfar ni la fuerza, ni el manual o la tecnología, han podido hacerlo la retroalimentación del cotilleo, la incontinencia verbal, la ausencia de humildad y los usos migratorios de la disidencia política.

La revisión permanente

¿Podemos potenciarnos? Pienso que sí. Ello pasa por incorporar seis recursos insustituibles.

Primero, la revisión permanente de nuestro curso, de nuestros discursos y de nuestro lenguaje. Si ninguna sociedad que se respete admite los dictados desde el exterior, ninguna sociedad que se pretenda madura puede darse el lujo de que la crítica de sus fallas y vicios sea primero revelada por los extranjeros. Esto último entrecomilla nuestra condición de adultos.

Segundo, la proyección ética de nuestros comportamientos. El reconocimiento en los otros y de los otros es la premisa ética para colocarnos más o menos a la altura de los acontecimientos. Y no hay que ir a la escuela para asumir esa premisa ética.

La unidad de la oposición puede que no sea posible dada la gama diversa de matices, proyectos loables y talantes políticos, pero el respeto es imprescindible para animar la nueva decencia pública que exige una sociedad basada en el reconocimiento y la legitimación de las diferencias. No es obligatorio resultar simpáticos entre nosotros.

Tercero, la conexión con los ciudadanos. A diferencia de todos los demás regímenes, la base esencial de la democracia está en el ciudadano. Sin expresar sus intereses ni respetar la pluralidad de opciones no habrá cambio democrático.

Cuarto, la imaginación creativa. Llegar a metas globales y abstractas exige la adecuación entre las propuestas y los intereses concretos de la gente. Identificar qué quieren los ciudadanos y expresar sus demandas como portavoces es esencial. Solo con la retroalimentación y el acercamiento humilde a los ciudadanos podremos avanzar y afianzar diseños estratégicos.

Quinto, la institucionalización de las alternativas. La democracia no empieza ni termina con nosotros. Sin organizaciones institucionalizables y reglas del juego claras, asumidas y respetadas la democracia posible estará sujeta a los vaivenes y caprichos humanos, no a su concepto básico: la regulación neutral y pacífica de intereses y diferencias.

En sexto y último lugar, es necesario asumir cierta inteligencia emocional. El control de nuestras emociones y pasiones es un requisito imprescindible para el éxito de la vida democrática. La democracia no elimina los conflictos y las tensiones, solo los regula pacíficamente. Sin la debida distancia que despersonalice dichos conflictos, faltará la elegancia de estilo de quienes se supone hemos renunciado a la verdad absoluta.

El desván de la historia

No debemos alimentar la eventualidad de que la comunidad internacional se resigne a cualquier evolución de los acontecimientos en Cuba. Así ha sido leído el reciente acuerdo para iniciar el diálogo político entre la Unión Europea y Cuba. Que dicha comunidad vea como suficiente que un gobierno, en alguna de las versiones factibles de las dictaduras blandas, pague sus deudas, abra sus mercados, tolere la crítica y el postmodernismo culturales, y controle las consecuencias posibles de los conflictos probables. En estos términos, poco podríamos hacer para que los demócratas del mundo —sean gobiernos, instituciones o personas— recuperen la esperanza de que la democracia cubana es viable.

En términos democráticos, sin embargo, la democracia futura nos necesita. A estas alturas hay suficiente evidencia histórica de que, dejados a su evolución, los regímenes dictatoriales o totalitarios no avanzan hacia la democracia. Parte de la Europa del Este nos demuestra el punto. Está demostrado que aquello resulta imposible sociológica, cultural y psicológicamente. Solo la existencia de vigorosas fuerzas democráticas en cualquier presente garantiza la democracia en cualquier futuro.

Pienso finalmente que, con las apuestas democráticas realmente existentes, podemos desempeñar el papel que nos corresponde. Tenemos la conciencia, la retórica y los instrumentos adecuados. Solo nos falta incorporarlos. Una tensión difícil y edificante que yo asumo en el día a día, y cuyo ejercicio no debemos demorar para no seguir retardando nuestra entrada al concierto de naciones libres. Y todos podemos asumir la tarea.

Solo un tipo de mentalidad es el prerrequisito forzoso para construir un proyecto específico de sociedad y de convivencia. Consciente de que el siglo XXI llegó para complejizar nuestros desafíos, me parece bueno resaltar uno de los retos de ese tipo de mentalidad: el de la política hecha y pensada con decencia. En ella, solo los medios justifican los fines. Dejemos el castrismo en el desván de la historia.

www.cubanet.org/opiniones/los-problemas-de-la-oposicion/


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