Seducida por un cubano

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cubanito74
00domenica 28 giugno 2015 16:49


HAVANA TIMES — A mi amiga Inga la sedujo un cubano descarado. Se conocieron en una fiesta: bailaron salsa, tomaron bebidas, conversaron por horas y terminaron teniendo sexo en la azotea. Frenesí de secuencias que a la extranjera le encantó.

Fue partícipe de aquel romance, aunque la mayoría de las veces ella hacía de oídos sordos a mis consejos y no alcanzaba a distinguir el disfraz de bondad que usaba Ernesto. Solía escuchar su labia cursi, al igual que sus discursos sobre el arte cubano; así la embobecía. Luego, como colofón, tenían un sexo fantástico.

Surgió entre los dos una pasión arrolladora. Él le propuso vivir juntos, debido a que no poseía un domicilio fijo; el joven, natural de Las Tunas, residía en La Habana, en casas de amigos, y trabajaba de ayudante de un pintor que vendía sus cuadros en la Plaza de la Catedral. Por su parte, la muchacha –que vino a estudiar–, había rentado una habitación en Playa.

Por unos meses todo funcionó bien, hasta que él le pidió que se casaran ella se rehusó, expresándole que aún era demasiado joven y que no quería esa clase de compromisos. Luego él la convenció de algo enriquecedor –desde el punto de vista espiritual–, casarse por la religión yorubá. Ella cedió, influida por las historias místicas que le contaba.

Sin embargo, una semilla oscura comenzó a germinar en torno a la peculiar boda: él quiso que se metiera de a lleno en la religión, pues él era hijo de Shangó y quería unirse a alguien que compartiera sus creencias.

Comenzaron a desarrollar una serie de rituales que involucraban la presencia de Inga, y que, por supuesto, debía costear de su bolsillo. Se le fueron muchos billetes en aquella aventura y, además, tuvo que hacerse santo.

Debía consultarse con su madrina, hacerse limpiezas, rogaciones de cabeza, pagar por animales, por resguardos y miles de cosas más, por lo que tuvo que pedir grandes cantidades de dinero a su familia en Suecia, porque ya no le bastaba la mesada que le enviaban regularmente.

Al fin se celebró la boda, con dos muñequitos de yeso, que asemejaban sus figuras.

Me cansé de decirle que parara, que todo era una estafa, pero ella no me atendía. Hasta que la cosa explotó: nos enteramos por un amigo que Ernesto estaba reuniendo dinero para comprar un cuarto. Pero lo mejor de todo, es que él y su madrina habían creado aquel complot y se repartían el dinero de Inga.

Ese fue el fin de la falsa relación, ella regresó a su país asqueada. Ni siquiera ha vuelto después de varios años. Me escribe y me cuenta que vendrá solo de vacaciones. No le interesan las relaciones amorosas con cubanos y muchos menos con charlatanes que se valen de la religión para su beneficio personal.

Por Irina Pino

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